En las afueras de Disney World, el gigantesco y famoso parque de diversiones que se extiende por dos condados de la ciudad de Orlando, en Florida, se plantó hace poco un grupo de manifestantes con vistosas banderas nazis. No era una comparsa de las que son usuales en el parque temático, en un mundo donde abundan los disfraces, Mickey Mouse o el Pato Donald que se toman fotos con los visitantes. Eran nazis de verdad, con banderas que no se compran en las tiendas de recuerdos del lugar. Banderas rojas con el emblema de la cruz suástica.
Nazis de los Estados Unidos, claro. Los hay en todas partes hoy en día. Manifestantes airados que gritaban insultos, según el vocero de la oficina del sheriff del condado de Orange: “somos conscientes de estos grupos que tienen como objetivo agitar e incitar a las personas con símbolos e insultos antisemitas. Deploramos el discurso de odio en cualquier forma, pero las personas tienen el derecho de la Primera Enmienda a manifestarse".
La protesta nazi estaba dirigida contra la corporación Disney, por su cerrada oposición a la política “anti-wake” del gobernador del estado, Ron de DeSantis, que ha hecho pasar una ley sobre Derechos de los Padres en la Educación, conocida como “don’t say gay”, la cual prohíbe a los maestros de las escuelas públicas dar instrucción en el aula sobre orientación sexual o identidad de género.
La prohibición se extiende desde prejardín de infantes hasta el tercer grado sobre orientación sexual o identidad de género. Para los grados 4 hasta los 12 años, y de allí en adelante, para el resto de los cursos, sólo se puede hablar del tema en el aula “si es parte de un curso de salud reproductiva o una lección de salud para la cual los padres del estudiante tienen la opción de no tener a sus hijos presentes”.
Y la confrontación es cerrada, una verdadera guerra entra la poderosa Corporación Disney, y el gobernador republicano De Santis y los estamentos fundamentalistas del partido republicano en la Florida. Disney World gozaba de un estatus de autonomía en el estado, todo un enclave con sus propios privilegios fiscales y administrativos, y en una de las batallas de esta guerra el gobernador le ha quitado esos privilegios, con lo que la corporación ha recurrido ante los tribunales de justicia. Y mientras De Santis amenaza con mandar a construir una cárcel al lado del parque temático, Disney ha mandado suspender su programa de nuevas inversiones, por billones de dólares.
Una guerra inusitada para un republicano de hueso duro como de De Santis, que disputa a Trump las banderas más fundamentalistas. Si alguna empresa representa al capitalismo floreciente en la industria de la diversión, la más grande compañía del mundo en esta rama, esa es Disney, que maneja parques temáticos, producción de películas, canales de televisión abiertos y de pago, plataformas de streaming, libros y revistas, además de su conglomerado de personajes bajo marca registrada.
Y más inusitado aún, ver al pato Donald enfrentado a los nazis. No he tenido tiempo de preguntarle a Ariel Dorfman qué piensa de este nuevo giro en la vida política de este personaje de las historietas cómicas de nuestra infancia, que en los años setenta del siglo pasado mereció todo un libro, Para leer al pato Donald (1972), escrito por el propio Ariel y por Armando Mattelart, chileno el uno, belga el otro, en los tiempos del gobierno de la Unidad Popular con Salvador Allende en la presidencia.
Con cerca de 40 ediciones, y traducido a decenas de idiomas, este un «manual de descolonización», analizaba desde la perspectiva marxista la influencia enajenante de los personajes de Walt Disney, esos “muñecos de tinta”, como los llamábamos de niños, una disección de la ideología entremetida en los globitos que salían de la boca de cada uno de ellos, desde sus extrañas y asépticas relaciones familiares ―tanto el ratón Mickey como el pato Donald no tenían hijos, sino sobrinos, primer llamado a la sospecha― hasta sus mentalidades francamente capitalistas, atesorar sin medida, tal como Rico McPato, el tío multimillonario de Donald que se bañaba en sus montañas de monedas de oro como si se tratara de jabón espumante, y usaba monóculo, sombrero de copa y alpargatas.
En los años setenta, de movimientos populares triunfantes, revoluciones armadas en ciernes, guerrilleros heroicos y ser como el Che, lucha a muerte contra el imperialismo, conciertos masivos de rock, cabellos largos y alpargatas populares, no de marca exclusiva como las de rico McPato, los temas que ahora confrontan al pato Donald contra los nazis, no estaba en la agenda de reivindicaciones políticas: igualdad de género, derechos de la comunidad LGTBI, educación sexual libre en las escuelas, que son los que están de por medio en el enfrentamiento entre los republicanos de De Santis en La Florida y la corporación Disney, que defiende una política de inclusión, contraria a la discriminación sexual y también a la discriminación racial
Disney hace una revisión de su propia historia. En Fantasía, la película ya clásica, de 1940, hay una empleada doméstica que además de negra es torpe, como si fueran condiciones gemelas; y es mitad burro. En Dumbo, la pandilla de cuervos haraganes que hostigan al inocente elefante representan a los negros; el jefe, para dejar atrás toda duda, se llama nada menos que Jim Crow. En la última versión de La sirenita, Ariel es negra, interpretada por Halle Bailey, con sensacional éxito de taquilla.
Hoy el pato Donald podría ser gay; el personaje de la película Un Mundo Extraño, salida de los estudios Disney, es un adolescente gay, Ethan Clade. En los viejos tiempos, el propio patriarca Walt Disney se encargaba de borrar con su lápiz mágico todo lo que se saliera de la norma ortodoxa masculina.
¿Expiación, o nuevos nichos de mercado? De cualquier modo, los nazis que agitan sus banderas con la cruz gamada se sienten atacados. El pato Donald se ha convertido en su enemigo. El mundo es de blancos heterosexuales, o no será.
Habrá que leer de nuevo al pato Donald.
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