Volando hacia el oeste desde Houston en el pequeño y apretado Embrair, el desierto parece prolongase hasta el infinito, la sabana de arena y los matojos secos que se van sucediendo como si el paisaje árido se copiara a sí mismo en espejos calcinantes.
Si alguien quiere imaginar un lugar remoto de Nicaragua, perdido en la incierta geografía de las selvas de la costa del Caribe, no hay mejor ejemplo que El Cortezal. Para llegar hasta allí, el periodista Carlos Salinas tuvo que hacer un viaje de cuatro horas desde el mineral de Rosita, donde no hay aeropuerto, a bordo de una camioneta que debía capear zanjas y piedras, y luego tres horas más a pie, a veces atravesando ríos, en media montaña. Aquí fue donde literalmente el diablo perdió el poncho.
Esta semana recién pasada hemos celebrado en San Salvador una jornada que viene a ser un preámbulo de Centroamérica Cuenta, el encuentro internacional de escritores que tendremos por quinta vez en Managua en mayo de este año. A esta primera jornada la hemos llamamos En el nombre del padre, y sus fundamentos vale la pena contarlos.
No sé a quién se le ocurrió bautizar a Daniel Mordzinski como el fotógrafo de los escritores, pero no hizo sino confirmar una verdad muy obvia. Si jugáramos a la rayuela con las palabras, como le gustaba a Julio Cortázar, yo diría más bien que Daniel es un escritor fotógrafo, que usa la cámara como si fuera la pluma para escribir y describir cuerpos y rostros, situaciones, momentos, perfiles, rasgos, que deja para la historia con una precisión que asombra
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