En el vasto y variado universo territorial de nuestra lengua, quizás el mejor ejemplo transcultural que podemos encontrar es el Caribe, islas y tierra firme, llamado con justicia el Mediterráneo de América; un espacio del cual no podemos separar a Mesoamérica.
Abril es el mes más ardiente y desolado de lo que en Nicaragua llamamos el verano, que no es sino la temporada de la ausencia de lluvias y la sequedad de los campos, los ríos agostados y el sol a plomo que funde las visiones del paisaje en una bruma candente, desolación y también muerte. Porque abril ha sido siempre el mes de la muerte.
Los temas que la literatura nunca abandona, porque se hallan en la sustancia de la condición humana, son pocos: el amor, la locura, la muerte, el poder. Lo sabían bien los trágicos griegos, sabios en representar el poder como una forma de locura; y no hay nadie más explícito que Shakespeare al examinar esta enajenación capaz de trastornar el mundo. A Eurípides se atribuye una frase lapidaria, aquella de que los dioses vuelven loco primero a aquel a quien quieren perder, como ocurrirá con Ricardo III, "alguien criado en sangre, y en sangre asentado".
Hay dos reptiles tan emparentados que llegan a ser confundidos, el garrobo y la iguana, mal afamados por su horrido aspecto, tanto que nunca se comen sin prendas y adornos, recados y salsas que vienen de tiempos precolombinos. Se cuecen o asan primero, luego de pelarlos, pero nunca van desnudos a la mesa, sino revestidos de todas esas galas como si se quisiera ocultar todo rastro de su fealdad.
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