El presidente Juan Manuel Santos no se perdió ninguna de las sesiones, miembro como ha sido del Foro desde hace años, y lo oímos explicar, con optimismo, los avatares del proceso de negociaciones entre su gobierno y las guerrillas de la FARC, que recién comenzaron hace poco en Oslo, y se han trasladado ahora a La Habana.
Es un optimismo que expresa tanto en público como en privado, así como también deja claro que esas negociaciones no son un tema exclusivo, ni absorbente, en la agenda del gobierno, que tiene otros asuntos de qué ocuparse, entre ellos que se aplique la ley de restitución de tierras, con la cual se pretende devolver a los campesinos propiedades que les fueron arrebatadas, sobre todo por los paramilitares, una medida que quita banderas a las FARC, pero que al mismo tiempo ha concitado la animadversión del ex presidente Álvaro Uribe, ahora enemistado a muerte con Santos, su sucesor, pese a que ambos pertenecen al mismo partido político.
Si una diferencia hay entre el conflicto armado colombiano, y el que vivió Centroamérica en los años ochenta, y que se resolvió a través de los acuerdos de paz de Esquipulas, es que no estaba de por medio el asunto del narcotráfico, que se vuelve hoy un factor crucial. Según estimaciones recién publicadas en la prensa colombiana, a través del cultivo directo de la coca, de la protección brindada a otros que la cultivan, así como de la protección de las rutas por las que circula hasta los puertos, las FARC reciben cerca de 7 mil millones de dólares, más o menos el equivalente del producto interno bruto de Nicaragua.
¿La cocaína, por cuánto tiempo? En una de las mesas del Foro, el general Oscar Naranjo, ex director de la Policía Nacional, y ahora integrante de la delegación del gobierno en las negociaciones de paz, explica la complejidad del problema del tráfico de estupefacientes que desde el sur atraviesa Centroamérica en ruta a México, para seguir desde allí a los Estados Unidos. Y agrega algo inquietante: la cocaína, en esta región del mundo, está cediendo la preeminencia a las anfetaminas, que salen directamente de los laboratorios, y no son difíciles de fabricar. Y existe actualmente un proceso acelerado para lograr las "pastillas de diseño", anfetaminas compatibles con las bebidas alcohólicas, lo que dispararía su consumo.
Entonces, el cultivo de la coca se volvería obsoleto, y el control del tráfico de drogas en pastillas, se volvería imposible. No habría sistema policial, ni máquinas electrónicas, ni perros amaestrados, capaces de detectar una simple e inocente pastilla en la cartera de una dama, o en el estuche de medicamentos de un viajero. Los plantíos, los laboratorios en media selva, ya no serían el problema, y el conflicto pasaría a ser absolutamente urbano. Pequeñas plantas farmacéuticas serán capaces, como ya lo están siendo, de fabricar millones de pastillas. Hay que agarrarse entonces de los asientos, porque la sofisticación habrá metido su guante de seda en el negocio, un negocio de proporciones cada vez más descomunales, y perversas.
Cartagena de Indias, octubre 2012
© 2012 Todos los derechos reservados - SERGIO RAMIREZ