En días pasados apareció Rubén Darío en una valla publicitaria gigante en una de las avenidas más traficadas de Managua, algo que resultó efímero porque mandaron a retirar el anuncio antes del anochecer, frente a las protestas desatadas en las redes sociales. En el cartel, una muchacha invitaba a beber un refresco enlatado mientras el egregio panida, al lado, permanecía con la mano en el mentón, como si dijéramos silencioso, e indiferente.
¿Qué tenían en mente los publicistas que metieron al excelso poeta en este anuncio de una bebida gaseosa? No puedo imaginármelo. Quizás si lo han puesto haciendo propaganda a una marca de plumas fuentes, o de cuadernos, habría tenido un tanto más de sentido, al fin y al cabo lo que hizo en su vida fue escribir; cuando uno compra una libreta Moleskine le advierten que son de las que usaban Picasso y Hemingway.
A lo mejor, pienso, a esos creativos de la agencia publicitaria se les ocurrió primero usar a Rubén para promover una marca de ron, pero sus superiores lo consideraron demasiado grotesco, y entonces se quedaron en el refresco envasado.
En tiempos en que la publicidad era más casera, no tan sofisticada como ahora, y los dueños de las empresas que buscaban vender sus productos participaban en la confección de los anuncios, hubo marcas de gran eficacia, como los analgésicos Divina, que se fabricaban en León. Cada sobrecito de pastillas llevaba la efigie de Jesús tocando la frente de un niño con la cabeza vendada, y el lema abajo rezaba: "como con la mano". Una muestra de perfección propagandista. Nada más cercano a la imagen del Redentor que el dolor, y su poder para aliviarlo.
No es extraño ver a Leonardo di Carpio anunciando relojes de precios estratosféricos, o a Kate Blanchett perfumes de lujo; y tampoco que los haya con el nombre de otras estrellas como Antonio Banderas o Jennifer López. También están las fragancias Heat de Beyonce, e Intimately Beckham, del futbolista David Beckham. Pero en el mundo de las marcas y de la propaganda, relacionadas con personajes sagrados o famosos, hay ahora de todo, como en la viña del Señor, sean poetas, caudillos o guerreros.
Acababa de anunciarse la salida al mercado de dos nuevos perfumes para hombres: uno se llama Ernesto, por el comandante Ernesto Che Guevara; y el otro Hugo, por el comandante Hugo Chávez. Ambos son creaciones del grupo empresarial cubano Labiofam, que además de cosméticos produce en sus laboratorios antiparasitarios para el ganado, insecticidas, medicinas naturistas, detergentes, yogures y suplementos dietéticos.
El perfume Ernesto, anuncia Labiofam, "es una fragancia cítrica refrescante, con un toque de madera y talco...el toque de roble le da el sentido varonil"; mientras que el Hugo "es más suave y afrutado, con aromas de mango y papaya"...y tiene "fragancias cítricas y esencias maderables que le dan una expresión de masculinidad".
Ambos perfumes son el resultado del trabajo de un equipo dirigido por el bioquímico Mario Valdés, que fijó las fórmulas proveídas por el laboratorio francés Robertet, y, según el propio Valdés, esta combinación de aromas, obtenidos de esencias a partir de productos naturales, se propone evocar la "heroicidad y gallardía" que distinguió a ambos personajes.
Es fácil imaginar a Rubén Darío llevándose a los labios una copa de "fino bacarat" para sorber el "rubio champán" de las marcas más refinadas, que tanto le gustaba, pero no empinando una lata de bebida gaseosa. Así como tampoco es posible imaginar al mítico Che Guevara, barbudo y desaliñado, vestido con su sempiterno uniforme verde olivo, conduciendo a sus hombres en la batalla de Santa Clara, en Cuba, o acosado en la quebrada del Churo, en Bolivia, con un frasco de perfume en su mochila. Eso que los creadores del perfume Ernesto llaman aroma varonil, estaba más bien en su sudor.
¿Se pueden combinar esencias de sudor y pólvora para meterlos en un frasco? Imposible, así como tampoco se puede poner una lata de gaseosa en las manos de marqués de Rubén.
Medellín, octubre 2014.
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