En la historia de Nicaragua hay presidentes bien recordados, otros malqueridos como villanos, y los más de ellos olvidados. Quienes más duran en la memoria son aquellos que más han durado en el poder a través de sucesivas reelecciones, y la cuenta comienza con el caudillo de la revolución liberal, general José Santos Zelaya, para extenderse al general Anastasio Somoza García, quien creó además una dinastía, y por último al comandante Daniel Ortega.
A esta lista de militares debemos agregar al general conservador Emiliano Chamorro, otro caudillo, quien dio un golpe de estado para deponer en 1926 a un presidente legítimamente electo, don Carlos Solórzano, pero fue obligado por el departamento de estado de Estados Unidos a volverse a apear, y marcharse al exilio. No duró en el poder, pero dura en la memoria gracias a aquel "lomazo", y a la firma del infame tratado Chamorro-Bryan en 1914, cuando era embajador del presidente Adolfo Diaz en Washington, en plena ocupación.
Chamorro tuvo, sin embargo, una aura mítica, llamado popularmente "el Cadejo", por su supuesto don de hallarse al mismo tiempo en distintos sitios del campo de batalla durante las guerras que promovió; Adolfo Diaz, en cambio, un civil mediocre y gris, es el villano por excelencia, una especie de capataz de las fuerzas de intervención; tras su muerte en 1964 fue enterrado con honores militares por otro civil, el doctor René Schick.
Este sí goza de buena memoria porque sirvió de puente entre los dos herederos del viejo Somoza, Luis y Anastasio, un remanso en la dinastía, y se hizo popular repartiendo dinero cada miércoles a largas filas de necesitados en el Palacio Nacional, hasta que se agotaba el saco de billetes. Luego cruzaba la plaza de la República y se iba a jugar póker al Club Internacional.
De los presidentes civiles de un solo periodo constitucional, la mejor recordada es, sin duda, doña Violeta Barrios de Chamorro, un raro símbolo de tolerancia y reconciliación en uno de los períodos más difíciles de la historia de Nicaragua, al término de la guerra entre contras y sandinistas en la década de los ochenta. Y el más olvidado, y uno de los mejores que hemos tenido, es don Bartolomé Martínez.
Aún en mi infancia se hablaba de "los tiempos de don Bartolo", aunque ni siquiera fue nunca electo, y su permanencia a la cabeza del gobierno fue corta, para completar el período de don Diego Manuel Chamorro, muerto repentinamente en 1923. Don Bartolo, un finquero jinotegano originario de Lupulupo, una aldea perdida en las montañas, se hallaba atendiendo sus tareas agrícolas cuando llegaron a avisarle que debía viajar a Managua para juramentarse, y emprendió el viaje a lomo de mula.
Como no pertenecía por parentesco a la oligarquía tradicional, tuvo posibilidad de actuar independientemente. Redimió las deudas con los banqueros de Estados Unidos, rescatando así las acciones del Banco Nacional, que pasó a ser propiedad del Estado, y recuperó la empresa de ferrocarriles y las rentas de aduana, hipotecadas en manos extranjeras; se identificaba como "conservador progresista", y buscó una alianza con los liberales para oponerse a las ambiciones de reelección de Emiliano Chamorro, por medio de una fórmula en la que don Carlos Solórzano llevaba como candidato a vicepresidente al doctor Juan Bautista Sacasa.
La alianza salió triunfante en las elecciones de 1925, y entonces vino a los pocos meses el "lomazo" de "el Cadejo", lo que trajo una nueva guerra civil y la prolongación de la intervención militar. Y apareció entonces el general Sandino.
¿Buenos presidentes, honestos, probos, patriotas? Claro que los hemos tenido. No dejemos en el olvido a don Bartolo.
Masatepe, enero 2015
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