Vivimos acompañados por una multitud de seres de cuya existencia sabemos poco. Damos por sentado que están allí, y los creemos ajenos o lejanos a nosotros. Son las especies que habitan nuestro entorno desde miles de años atrás, y que por consecuencia de la violencia del cambio climático, de la extinción de los bosques, del agostamiento de los ríos, de la agresión de los depredadores, están desapareciendo. Se extinguen para ya nunca volver.
¿Han oído hablar del pájaro campana (Procnias tricarunculatus)? De plumaje marrón y cabeza blanca, su canto varía de acuerdo al lugar donde habita, y se le puede escuchar desde muy lejos en los bosques. La deforestación galopante, las quemas, están acabando con él. Al botar los árboles, es como si alguien les destruyera a hachazos la casa en que viven.
Y junto al pájaro campana, el chancho de monte, la mojarra y la salamandra del Mombacho, son las otras tres especies que podemos considerar las más amenazadas, entre todas las demás que se hallan cercanas a la extinción en Nicaragua. Un total de cuarenta y dos especies, de acuerdo a una lista del Movimiento Jóvenes Ambientalistas, elaborada en a documentos científicos publicados por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza.
La lapa roja (Ara macao), una de las aves más bellas de nuestro paisaje, se está acabando también. El comercio ilegal, el contrabando, han sido sus peores enemigos. Quedan algunas familias en el Volcán Cosigüina, en Saslaya, en Indio Maíz, en la cuenca de Caribe y en el Río San Juan. Pero pronto, más pronto de lo que pensamos, no las veremos más.
De esta lista fatal es parte el zanatillo nicaragüense (Quiscalus nicaraguensis), un ave tan familiar a nosotros, visible antes en cualquier patio, y que se va ausentando sin remedio. Es quizás el pájaro más emblemático de nuestro país por ser tan común, y porque siempre lo hemos tenido cerca; porque es parte de nuestro folclore, de nuestra música, de nuestras canciones anónimas: zanatillo zanatillo, préstame tu relación...
Y el jaguar (Felis onca), emblema de nuestra cultura prehispánica, símbolo de la noche y compañero del águila, tan perseguido por el valor de su piel, es común hallar sus cuerpos desollados en las selvas, víctima de los depredadores.
Quizás si ponemos juntos todos estos nombres de nuestras especies bajo amenaza, algún eco llegue a nuestra conciencia, y nos demos cuenta que con cada uno de esos animales que desaparece, se abre un silencio que ya nadie podrá reparar jamás. Será menos nuestra riqueza, nuestra diversidad. Nosotros mismos quedamos disminuidos al perderlas.
Recordemos sus nombres, no como un canto fúnebre, sino como un canto de esperanza, pues aún pueden ser salvadas si nos comportamos con menos egoísmo frente a nuestra herencia ecológica, frente a la naturaleza que ampara nuestras vidas:
El águila arpía, el quetzal, la lapa verde, el pajarito charralero cejiblanco, el mirlo acuático americano. La rana de vidrio, la rana selvática de las quebradas, la ranita venenosa rayada, la rana leopardo isleña. La salamandra del río Indio, la salamandra del volcán Maderas, la salamandra del Saslaya, la lagartija lemacto coludo, la lagartija anolis isleño. La serpiente hojarasquera colorada.
La tortuga carey, la tortuga tora, el manatí caribeño, el tiburón toro, el pez sierra. El oso hormiguero gigante, el danto. El murciélago orejudo, el murciélago lancero, el murciélago hombrigualdo, el murciélago frutero, el murciélago frutero constructor pálido, el murciélago insectívoro sin pulgar, el murciélago ventosero. El mono araña. La ardilla endémica nicaragüense, la ardilla voladora. La rata arrocera endémica del Rama, el ratón cosechador nicaragüense...
Masatepe, octubre 2019
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