Si antes dividía mi vida entre escribir y viajar para las presentaciones de mis libros, dar charlas, asistir a ferias y festivales, hoy, bastan unos pocos pasos para cambiar de mundo, y de la pantalla de la computadora paso a sentarme frente al teléfono montado en un trípode. Es la cámara de mi set. Pero, antes, debo cambiarme de camisa, cepillarme el pelo, más largo de lo normal.
Ahora circula en las redes la broma, o es en serio, de los paneles litografiados que muestran lomos de libros, sostenidos atrás por dos patas, y que se pueden comprar por correo, muy propios, se anuncia, para ministros y otras figuras públicas, que se vea que no son ignorantes.
Un escritor, en cambio, se siente orgulloso de enseñar sus propios libros, ahora que ha variado tan radicalmente el concepto de la intimidad doméstica, pues la gente se muestra en ropa de casa grabando canciones, ofreciendo recetas de cocina, y remedios caseros contra el virus. Todos formamos parte de este colosal reality show, en el afán de demostrar que estamos vivos.
He visto artículos comentando esos lomos de libros, que pueden ser leídos mediante ampliaciones de los fotogramas. De manera que hay que poner cuidado en lo que enseñamos. Si detrás de mí aparece el tomo empastado de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio, puede llamar a equívoco, porque en lo personal me he perdido esos ejercicios, que mi cuñado, el poeta Beltrán Morales, a quien Roberto Bolaño admiraba, llamaba "ejercicios para atletas del espíritu".
Los Ejercicios son para mí un libro de cabecera, porque el rigor de la prosa de San Ignacio es admirable, su parquedad, su exactitud, y leerlo es una buena manera de ejercitarse, ahora sí, para lograr la prosa en la que no sobren palabras, ni hagan falta. Es lo mismo que hacía Stendhal, quien decía que antes de sentarse a escribir La Cartuja, leía dos o tres hojas del Código Civil.
No dice "el código penal", pero no hay duda que se interesó por los delitos, y acudió a la Gaceta Judicial para componer Rojo y Negro, que es la historia de un crimen. El Boletín Judicial es lo que me apasionaba a mí cuando estudiaba derecho, pues contenía novelas completas: asesinatos atroces, parricidios, incestos, adulterios, estafas.
Es por lo único que recomendaría a un joven escritor estudiar la carrera de derecho. De otra manera nunca habría escrito Castigo Divino, que es una novela de asesinatos por envenenamiento, la forma más artera y sutil de matar.
Pero volvamos a los libros detrás nuestro. Sin comprometernos en ninguna falsificación en busca de apariencias, podemos colocar a la vista aquellos que hemos leído, o releído, este mismo año. Porque puede ser que alguien pregunte: ¿El Asno de Oro? ¿El Satiricón? ¿Historia de los doce césares?
Y uno tendría, entonces, cómo responder satisfactoriamente. Si se tratara de lecturas muy lejanas, las referencias serían vagas. No hay que avergonzarse de olvidar lo leído, no es asunto de vejez, es algo muy natural. Para eso existen las relecturas. Y si has llegado a olvidarlo todo, mejor. Así el disfrute será completamente nuevo.
Menciono esos tres libros, porque en tiempos de claustro como los que vivimos, las lecturas encadenadas ocurren más a menudo que cuando compartimos los libros con la calle. Una te lleva a la otra, por los contextos, por las referencias de los prólogos, por las notas de pie. De Apuleyo pasas a Petronio, a Suetonio, a Plinio, a Plutarco, a Tácito. El riesgo es la apariencia excesiva de erudición, del que hay que cuidarse.
Y esto que, en la cadena de hipertextos, no he hablado de las referencias a las películas. De El Satiricón vas directo a Fellini, y cuando das con Fellini Satiricón, vas a dar a Roma, otra de sus películas.
Y es de nunca acabar.
San Isidro de la Cruz Verde, agosto 2020.
www.sergioramirez.com
www.facebook.com/escritorsergioramirez
http://twitter.com/sergioramirezm
https://instagram.com/sergioramirezmercado