Hemos entrado casi de manera inadvertida en el año en que se conmemoran dos siglos de la independencia centroamericana, un aniversario que debería servir para una reflexión en voz alta acerca de lo que ha sido nuestra historia, los balances que es necesario hacer, y que es lo que esperamos del futuro.
Quizás esta inadvertencia tiene que ver con los tiempos difíciles que vivimos, enfrentando el desasosiego que ha traído consigo la pandemia, y cuyos graves riesgos, que interrumpen la convivencia social y el trabajo, y por tanto atrasan la economía, no dan tiempo para mucho más. Vamos a respirar con cierta tranquilidad cuando el proceso de vacunación haya avanzado lo suficiente, el cual no será parejo en todos los países del área.
No esperemos, por tanto, grandes celebraciones públicas, que en todo caso serían las manos útiles y necesarias. Lo que se necesita es un proceso de reflexión, que debería desarrollarse a través de las redes, ahora nuestra principal instrumento para comunicarnos y debatir, y la iniciativa debe proceder de las universidades y los c entros de pensamiento. Qué lecciones hemos sacado del pasado, dónde nos hallamos hoy día, hacia dónde nos dirigimos.
Lo primero que se precisa es un balance de la democracia en estos doscientos años. Al romperse con el molde colonial regido por la corona española, lo que se escribió en las constituciones fue un credo de libertad cimentado en los grandes ejemplos que a comienzos del siglo XIX estaban a la vista: las ideas de la ilustración, la revolución francesa, y la revolución que en Estados Unidos había logrado la independencia de Inglaterra. Si un denominador común había era la convicción de que todos los caminos de regreso hacia el autoritarismo monárquico quedaba cerrados, y el ideal era la formación de una república federal cimentada en las formas democráticas de gobierno, independencia de poderes y elección libre de autoridades.
Es lo que se leía en las doctrinas de Rousseau, de Montesquieu, de Jefferson, y lo que había quedado consignado en a Constitución de los Estados Unidos, un modelo insoslayable para quienes luchaban por la libertad en el continente americano, de Bolívar, a Sucre, a San Martín; y para Morazán, quien peleaba en defensa de la república federal centroamericana, un proyecto finalmente frustrado tras largos años de guerras civiles.
La historia independiente de Centroamérica parte de un gran fracaso, el de la república federal, y a partir de entonces quedamos marcados por la dispersión, las inquinas entre caudillos, y el provincianismo más cerril. Estar unidos o separados, se volvió, por desgracia, uno asunto de divisas políticas: los liberales eran los federalistas, y los conservadores los localistas. Y entonces, la unión centroamericana pasó a ser un asunto militar, que debía dilucidarse por medio de las guerras. Y así seguimos fracasando.
Más tarde, ya en el siglo XX, el siglo de las dictaduras bananeras, el asunto de la unidad política se volvió una mofa. Cuando al viejo Somoza le preguntaban por la unión centroamericana, respondía con todo cinismo que su renuncia a la presidencia estaba a la orden para facilitar esa unión. Un pícaro, que igual que sus congéneres en los otros países, ofrecía lo que sabía no estaba en riesgo, su propio poder, porque la unidad no era sino una proclama vacía. Había llegado a ser sainete.
Centroamérica tiene un territorio conjunto de más de medio millón de kilómetros cuadrados, con una población de 50 millones de habitantes, inmensamente joven. Se trata de un gran país, visto en su conjunto, y por tanto, de un gran mercado potencial. Estas deberían ser razones de peso, por elementales, para empezar a ver hacia el futuro. Y esa población joven, que es mayoritaria, debería hacerse cargo sin demora de revisar el pasado que nos frena, con sus rémoras antidemocráticas y excluyentes, y sus egoísmos y perversidades, para abrir el camino hacia el futuro común.
Las oportunidades en este siglo en el que nos adentramos, serán de conjunto, y no las habrá para pequeñas parcelas aisladas, que no son viables por sí mismas. Son verdades viejas, que a lo mejor los jóvenes entienden mejor.
Febrero 2021
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