Llegué a Madrid luego de la última de las presentaciones de Los cuentos de la peste en el Teatro Español, y me lo perdí; pero la circunstancia de que Mario Vargas Llosa hubiera puesto en cartelera a Boccaccio, me provocó a una relectura completa de las cien piezas de que consta El Decamerón.
Concluimos en Managua Centroamérica Cuenta, nuestro encuentro internacional de escritores, a pesar de los vientos en contra. Fue impedido de entrar al país caricaturista francés Jul, que venía a participar en la mesa sobre la risa y la barbarie, en homenaje a los periodistas de Charlie Hebdo masacrados en nombre de la religión por fanáticos desalmados.
La Biblia que Rubén Darío leyó de niño se conserva en el museo que es ahora la casa donde vivió, en la ciudad de León de Nicaragua. Es una edición en latín y español en diez tomos, de los que falta el último, impresa en el año de 1858 por la Librería Española de Madrid, traducida de la vulgata latina por don Felipe Scío de San Miguel "conforme el sentido de los santos padres y expositores católicos", y revisada por don José Palau.
Conversando en días pasados con mis alumnos del ciclo "El autor y su obra", en los cursos de verano de la Universidad Menéndez y Pelayo, en Santander, les decía que un buen ejercicio de lector es ensayar cada vez y cuando a hacer nuestra lista de aquellos libros que nos llevaríamos a una isla desierta.
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