Mario Benedetti, inolvidable poeta y amigo, vivía en Montevideo en la calle Zelmar Michilini, que se llama así en homenaje al dirigente político íntimo amigo suyo, secuestrado y asesinado en 1976 en Buenos Aires, donde se hallaba exiliado, por cuenta de la dictadura uruguaya, una de esas complicidades tan corrientes para entonces entre los gorilas del cono sur con grados de almirantes y generales.
Cuando el general Juan Domingo Perón llegó al poder en Argentina, desde entonces del brazo de su infaltable esposa Evita, Jorge Luis Borges trabajaba escribiendo a mano fichas para dar entrada a los libros en el catálogo en la biblioteca municipal de la calle Carlos Calvo, en el barrio Boedo, ese mismo barrio del tango Sur de Homero Manzi: San Juan y Boedo antigua, y todo el cielo... El naciente peronismo destituyó a Borges, nombrándolo a cambio inspector de gallineros y aves de corral para vilipendiarlo. Son las formas que la mediocridad busca para humillar el genio creador. Obviamente Borges no aceptó.
En días pasados apareció Rubén Darío en una valla publicitaria gigante en una de las avenidas más traficadas de Managua, algo que resultó efímero porque mandaron a retirar el anuncio antes del anochecer, frente a las protestas desatadas en las redes sociales.
Cada mes de octubre se celebra a lo largo de varios días la Feria Internacional del Libro de Frankfurt, la más grande y la de mayor tradición en el mundo.
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